. Afortunadamente es independiente de las historias previas de este guardia civil y su compañera Chamorro. Me ha gustado. Mucho. La llaman novela negra. Y sí, lo es, pero sin duda, lo que más me ha enganchado es el escenario en el que se desenvuelve la investigación que motiva la trama.
Bevilacqua debe resolver la muerte de un militar español en la base de Herat, en Afganistán. ¿Asesinato o suicidio? Todo es posible. También, que el autor o autores sean militares españoles o de otra nacionalidad dentro del abanico de países allí representados. Incluso, por qué no, la mano que ha degollado al militar, puede pertenecer a un afgano. Nada es descartable.
El subteniente está vuelto de todo. Tiene muchas tablas y eso se nota a la hora de trabajar. Reúne experiencia y cierto tono de “resabidillo” que se le puede perdonar, precisamente por ese currículum a sus espaldas. Desconozco sus aventuras y desventuras en otros capítulos de la saga de Lorenzo Silva, pero está claro que ya “le he cogido” muy resuelto. Sin desmerecer a la trama de la investigación, como comentaba al principio, lo que me ha cautivado de esta novela y sus simbólicos “escorpiones” es sin duda, la labor informativa y de divulgación que el autor realiza sobre las campañas militares de las que a menudo escuchamos hablar en los informativos y a las que no prestamos demasiada atención. No me interesa tanto el lado castrense de la cuestión, como la forma de vivir y desenvolverse en espacios tan desangelados e ingratos como los eriales en los que se despliegan estas bases. De Afganistán (país que descubrí sin viajar con la maravillosa novela “Cometas en el cielo” de Khaled Hosseini) y gracias a la capacidad narrativa y en concreto, descriptiva de Lorenzo Silva, podemos llegar a sentir la asfixia del polvo y la tortura de los termómetros que regala el país. Gracias a su labor de documentación con la visita in situ del autor a dicha base, descubrimos cómo es allí la vida y en paralelo, la triste realidad de sus moradores locales, que no conocen otra cosa que la guerra. El trabajo de Silva se convierte en informativo. Con “Donde los escorpiones” se genera una curiosidad sobre un tema que personalmente nunca me ha interesado de manera especial. Si además, Bevilacqua se desplaza allí con una “patata caliente” por investigación, nada será fácil. Descubrimos las relaciones entre los militares de distintas nacionalidades, la ingente y desquiciante labor en la tramitación de gestiones de todo tipo (todo se hace cuesta arriba con el argumento de mantener el secreto militar), el cuidado permanente que debe poner a cada paso que da. Todo está regido como es lógico, por un esquema cuadriculado. Las salidas de la base deben estar medidas al límite. Sofoca el momento, en el que el subteniente y sus compañeros deben calzarse la indumentaria de seguridad pertinente a la hora de salir de la base. Silva es bueno a la hora de ponernos en situación. Sudamos sólo con imaginar el momento. Si la burocracia y las múltiples gestiones a realizar en un país que llamamos civilizado, puede resultar complicada y agobiante en la investigación por una muerte, el movimiento en un lugar de estas características en semejante contexto, es lógicamente, un quebradero de cabeza elevado a la enésima potencia. Además, el componente más relevante de esta historia es sin duda, es la humanización de quienes forman parte de estas operaciones especiales. Lorenzo Silva pone rostro y corazón a los uniformes. Todos hemos visto alguna vez en televisión las clásicas imágenes de la partida de soldados hacia alguna parte del mundo que a nosotros nos resulta remota. Con los consiguientes abrazos y llantos de los familiares que se despiden de ellos. Como es normal, nuestra vida sigue –no podría ser de otra manera, con el lujo de noticias al que nos tenemos que enfrentar a diario– después de habernos ablandado por unos instantes. Aparcamos esa emoción transitoria de manera definitiva, sin pararnos a pensar en que dentro de ese uniforme van miembros de familias y situaciones personales que desconocemos. Ese es precisamente el apartado que más me ha hecho reflexionar en la novela. La capacidad o incapacidad del ser humano de ponerse en la situación de otros. De pensar en lo que vendrá después con todos y cada uno de ellos como personas fuera de su condición militar. Este argumento valdría para tantas y tantas situaciones de nuestra vida diaria… Porque habla de la falta de empatía por lo que desconocemos: sea por desinterés o rechazo. No es que no nos interese o dejemos de lado lo que ocurre en Afganistán. Es que a veces sucede lo mismo con quienes viven a nuestro lado, en la misma calle o barrio, la misma ciudad, en los suburbios y barrios marginales que se esconden en todas las ciudades o ante las que nos tapamos los ojos. Ahí, también están las guerras. De hecho, las locales, las batallas en las que a diario debe intervenir en Madrid, este subteniente, son también otro infierno. Donde también están los escorpiones. No tienen por qué localizarse a seis mil kilómetros como la base de Herat. Están por todas partes. Pero no es sólo relevante la temática y el contexto geográfico de la novela. La escritura de Lorenzo Silva es muy buena. Inteligente. Como su protagonista. A través de su investigador modela el lenguaje de manera efectiva. También es cierto, que es una persona con inquietudes, sesudo e interesante. Es un vehículo muy bien aprovechado por el autor para lanzar reflexiones y críticas a la sociedad, que bien las merece. He disfrutado profundamente de “Donde los escorpiones”. Muy recomendable.