Por donde prueva que todos los
hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que
nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres que no
la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros.
Juan de Valdés, Diálogo de la
lengua
Siguiendo mi sana costumbre, y dado
que siempre he dormido muy poco, me levanté muy temprano, todavía
de noche, y me fui a caminar durante un par de horas. Regresé
hambriento y con ganas de darme una buena ducha. Pero en la sala de
lectura ya se hallaban doña Paquita y el señor Tomás. Estaban
hablando tan animadamente que me sorprendí. Quise pasar de largo
para ir a mi habitación; pero fue imposible. Doña Paquita me
ordenó, así como suena, que me presentara ante ellos. No me dejó
ni desearles los buenos días. Sin decir nada me puso un periódico
delante de los ojos.
-No puedo leerlo teniendo las hojas
tan cerca -dije alejando el diario.
-Pues aléjelo; pero lea, lea usted.
¿A usted le parece?
Leí una noticia anodina y banal por
encima, sin entender nada. Perplejo me quedé mirándola.
Disimuladamente enfoqué al señor Tomás por si este me hacía
alguna señal. La mujer se percató.
-No, no mire a ninguna parte que no
estoy loca.
-No he dicho tal cosa, señora mía.
¿Qué es lo que pasa? -pregunté volviendo a clavar mis ojos en una
foto.
-¿Pero usted ha leído la noticia?
No, no lo debe haber hecho -se respondió ella misma- porque no ha
soltado ninguna blasfemia.
-A ver, si me deja...
-¡Siéntese! -me ordenó. Lo hice-.
¿Qué le parece a usted? No se preocupe: se lo explico. Alguna
lumbrera, de las muchas que tenemos en el país, ha decidido que una
cantante nos represente en el festival de Eurovisión cantando ¡en
inglés! ¡Ay, Dios mío! ¡Hace falta ser imbécil!
-¡No me diga! -dije sintiendo ganas
de reír ante el insulto de la mujer.
-No le veo la gracia por ninguna
parte -me replicó todavía más enfadada.
-No se lo tome así, doña Paquita,
que le va a dar algo. Ya le he dicho infinidad de veces que este
país, y más últimamente, se ha convertido en un vodevil de los
malos, con chistes gastados y sin ninguna gracia.
-Pero, bueno, ¿a usted le cabe en
la cabeza?
-A mí lo único que me sorprendería
de esta piel de toro es que el sol saliera por Antequera. Lo demás...
-¿Recuerdan ustedes -preguntó el
señor Tomás- el revuelo que se montó hace años, cuando éramos
jóvenes, porque un cantante, Joan Manuel Serrat, puso como condición
para ir a Eurovisión cantar en catalán?
-¡Hombre! -dije yo tratando de
calmar a doña Paquita- No compare. Si piden cantar en catalán,
quieren romper el país, y si cantan en inglés reconocen que ya está
rompido y troceado. ¿Al fin y al cabo el inglés no se habla en
Gibraltar? Pues también es una lengua peninsular. Punto.
-No pensaba yo -me recriminó doña
Paquita- que iba usted a reaccionar así. ¿No le importa el
despreció hacia la lengua?
-Señora, -le respondí- me importa
tanto que si usted quiere esta tarde compramos varios botes de
pintura, nos vamos a cualquier museo y donde veamos un autorretrato
de Velázquez, Goya, o de quien sea, tachamos el título y escribimos
selfie. Nos detendrán, seguramente; pero alegaremos delante
del juez que lo hacemos por patriotismo, para que entiendan lo que es
aquello...
-Sí, tiene razón. Ya lo sé: los
periodistas escriben cada vez peor.
-Y le recuerdo -terció el señor
Tomás- que Gibraltar no pertenece a España, es un robo en el cual
se habla el inglés.
-No recuerdo quién, pero fue un rey
árabe. Le dijo a su hijo, cuando cayó Toledo en manos de los
cristianos, que un tejido siempre se deshilachaba por las orillas.
Al-Andalús se estaba rompiendo por el centro...
-¡Justo! -exclamó doña Paquita-
si acabamos con la lengua, con lo nuestro, con el corazón, se acabó
todo...
-No exagere. Las orillas ya están
casi deshilachadas.
-No lo hago. Valiente contradicción
monta usted. Siempre he oído decir -contó dolida- que si una
persona habla bien de Francia es francés; si lo hace de Inglaterra
es inglés; y si alguien desprecia lo español, es de España.
-¿Qué quiere que le diga? -le
pregunté-. Aquí ha tenido interés la lengua cuando se ha podido
utilizar como arma política. No hace falta que le recuerde lo mal
que lo pasaron algunos compañeros nuestros cuando comenzó toda
aquella imbecilidad, tan explotada políticamente, de que si el
valenciano y el catalán y todas las otras necedades que se les
ocurrieron a los necios de turno.
-No vamos a aprender nunca.
-¿Usted quiere que sientan un poco
de interés por la lengua, que no lo van a sentir? Diga mañana en la
televisión que los gallegos, o mejor, los catalanes nos quieren
imponer su lengua. Y verá la que se monta.
-¿Y eso va a servir para que
alguien estudie nuestra lengua o se la tome en serio?
-¿Cree usted que alguna persona
humana, como dicen algunos periodistas, de los que fueron a las
manifestaciones, se leyó algún libro para comprobar si tenían
razón estos o aquellos? Por supuesto, me refiero a los clásicos, no
a interpretaciones. Pocos en Valencia han leído a sus propios
autores. Hablo de los del siglo de oro, para evitar suspicacias.
-No, no lo creo.
-En eso tiene usted razón -dijo
doña Paquita ya más calmada-. Se lo pregunté a un alumno, y su
respuesta fue la absurda de “no necesito leer nada para saber quién
tiene razón.” Estaba claro. Como dijo don Miguel de Unamuno, el
órgano de volición de los españoles es eso, los c...
-El de volición y, muchas veces, el
de cognición.
-Mire,
señora, -intervino el señor Tomás- esto es un negocio. Y si algún
mercachifle ha decidido que el producto se vende mejor en inglés, y
esta lengua, al contrario que el catalán, por muy nuestra que sea,
no causa problemas, a España se la representará en inglés. Y no
hay más. Olvídese de patriotismos y lenguas maternas... No tiene
más que ver lo que está sucediendo con los políticos. ¿Qué es
lo que mejor demuestra que
haya habido tanta corrupción y que esta se haya consentido? Que
importa más el bienestar de unos pocos, la vida de un partido
político, que la buena marcha o
buen gobierno de un país. Y
así hemos llegado a donde hemos llegado.
-Y
si la gente -dije yo- no se ha movilizado por el dinero que le
estaban robando, ¿cree usted que se va a movilizar porque la
representen cantando en inglés? Caso distinto, insisto, sería que
trataran de hacerlo en catalán. Y a partir de ahí se pueden sacar
infinidad de conclusiones.
-Muchas,
desde luego -dijo el señor Tomás-. Es para replantearse muchas
cosas.
-De
todas formas -volvió a la carga doña Paquita, centrada en sus
pensamientos- no sé de qué me quejo. Ya en el siglo XVII Quevedo se
revolvió contra los pisaverdes que utilizaban el francés a toda
hora sin conocerlo. ¡Estaba de moda! Y lo mismo hizo Torres de
Villarroel y Larra... ¡Dios mío, don Miguel
tenía razón! Para España no pasan los años. Pasan los otros. Así
si antes decían pont
levu para significar
zapato, ahora van a ver arte a las iglesias cuando una pobre mujer,
intentando restaurar un cuadro, hace un borrón.
-¿Y
qué se esperaba usted? ¿Cuántas veces le han preguntado en su
instituto para qué sirve la literatura o
el arte? ¿Sabe usted
cuántas veces he tenido que
justificarme yo por estudiar latín?
-Tiene
razón -contestó la mujer más calmada-. Al fin y al cabo el
centenario de la segunda parte de Don Quijote está pasando
desapercibido.
Aquí lo único que importa es encontrar los huesos de Cervantes.
-Porque
eso supone una nueva ruta turística, y los bares de los alrededores
se llenarán de clientes...
-¡Hombre,
pero los libros!
-¡Ay,
los libros, los libros! Los libros, doña Paquita, cuestan mucho de
leer. Y los dioses no dan nada gratis. La belleza, una mediana
cultura, y tratar de no ser
conducido como un borrego cuesta trabajo y esfuerzo. Es más fácil
conectar la tele y dejarse llevar. Y
tomar cervezas en los bares y hacerse una foto ante un ladrillo de
cerámica con la cara de Cervantes, o de quien sea.
-Así
pues, como decía Valdés, ni azeite ni olio.
-Ni
oli -añadí
rápidamente- oil queda
más mejor, como decían los infantes cuando yo era joven.
-¡Estamos
apañados! -exclamó doña Paquita.
-No
les llega para más ni a los políticos ni a sus asesores...
-No
nos pongamos estupendos que yo me tengo que duchar.
-Sí,
váyase, váyase que yo tengo el olfato muy fino.
-Señora
-dije levantándome- ha sido usted quien me ha llamado.
-Vamos
a escribir una carta protestando.
-Ya
empezamos otra vez con las firmas -dije saliendo a toda prisa, pues
comenzaba a tener hambre. Y
no me apetecía firmar nada.