Los maestros, los profesores, deben estar siempre del lado
del niño, “ponerse la camiseta del niño”, para ayudarlo a salir airoso, en lo
posible, de toda situación de amenaza personal a la que estarán expuestos, a lo
largo de su trayectoria escolar; me refiero a todas las situaciones que,
objetiva o subjetivamente hagan tambalear su armonía interna y provoquen líneas
de quiebre en su estructura de personalidad.
Un niño que se siente amenazado, (ya sea por problemas
vinculares con los adultos o con sus pares; por temor a no pasar de grado o por
situaciones difíciles que atraviesa su núcleo familiar), manifiesta una actitud
mental cerrada, rígida y defensiva, que comprometen y perjudican las situaciones de aprendizaje.
La mayoría de las veces, los docentes nos sentimos frustrados
por no poder orientar al niño o intervenir más activamente en situaciones que
suceden en el seno de la familia, de la esfera privada de las personas. Tenemos
alumnos que son tratados con violencia, unos con violencia física, otros, bajo
otras formas más sutiles, son abandonados por sus padres a las niñeras
virtuales como la Tv
y la computadora.
Niños, a quienes sus
papás, azolados por el síndrome de la prisa, en lugar de ayudar a construir su
aprendizaje con su compañía y cooperación, optan por una solución más rápida, completarle
ellos las tareas escolares; de esta manera, no fomentan su autonomía ni su
responsabilidad, porque la responsabilidad del niño es hacerse cargo de la
esfera escolar; tampoco de ese modo, le
ayudan a superar sus dificultades de aprendizaje, y lo más severo aún, es que
ese niño, tome ese modelo, como modelo a imitar, con sus propios hijos cuando
los tenga.
Pero en cambio, existe un espacio privilegiado, una casa de
ventanas abiertas por las que ingrese la luz tan necesaria para que germinen
personitas con avidez de aprender, un lugar donde se escuche la risa de niños,
se escapen sueños atados a rabos de nubes, y donde la imaginación, construya con
los docentes alas-ideas que permitan cristalizar los reales posibles.
Ese espacio,
maestro, maestra, es la escuela…
No podemos cambiar las situaciones adversas “del afuera”,
pero sí, debemos aprovechar esas 4, 6, u
8 horas, a veces, en las que la vida nos
presta a sus niños para dar lo mejor de nosotros.
El niño nace con “libertad embrionaria”, pero necesita de
nuestra mano para acompañarlo durante los primeros años, hasta que sus alas se
hayan fortalecido y hasta que haya aprendido cómo hacer un uso de esa libertad,
sin lastimarse o lastimar a otros, hasta que pueda hacer un uso responsable de
la misma.
Y en ese proceso de acompañamiento, a través de intervenciones oportunas logradas
a partir de educar nuestra mirada, podremos captar esa “almita” que hay más allá
del guardapolvo, esa mirada asustada, otras veces desafiante, con el fin de ayudarlos
a apropiarse de sus recursos mentales.
El niño se fortalece cuando se siente dueño de esos recursos
mentales, cuando se da cuenta de que sus ideas son poderosas. Enseñarle a
“mirar”, desde diferentes puntos de
vista, le permite integrar, relacionar,
inventar, hacer planes, dar diferentes sentidos a las cosas y enfrentar
situaciones que no le agradan: se fortalece, cuando logra “aguantar el malestar”,
cuando puede “bancarse las frustraciones sin romperse”.
Cuando nosotros éramos chicos…, “en mis tiempos, había tiempo…”,
decía María Elena Walsh, contábamos con el “ocio”, el “ocio creativo”, el de la
siesta obligada de los mayores, el que se convertía en campo de batalla de
nuestros soldaditos de plomo, de los piratas que asaltaban los mares y
encontraban tesoros, éramos la princesa suspirante que espera a su
príncipe azul montado sobre un caballo
blanco, o la maestra severa que quería enseñar a multiplicar a sus silenciosas
alumnas de trapo.
Creo que tenemos que generar breves o pequeños espacios
dentro de la jornada escolar, en los que los chicos tengan un tiempo para
ellos, algo diferente al recreo, un espacio en el que ellos mismos hagan
propuestas de proyectos, de juegos, se agrupen de acuerdo a sus intereses, o se
desagrupen acorde a sus necesidades individuales, en el que inventen cosas, o
se aburran; si, porque ese “aburrimiento”, puede ser generador de ideas, de
imaginación, de creatividad.
Un espacio en el que se entrenen en la autoadministración, en
valores, en medir las consecuencias de sus acciones, donde el grupo se haga
cargo de la autogestión del funcionamiento del mismo.
Un espacio en el que los niños nos enseñen a nosotros, ya sea
que nos muestren un video en You Tube, que nos integren en sus juegos de mesa,
que nos pidan que participemos en sus proyectos, etc.
La difícil labor del educador, incluye la de compensar un
posible ambiente sociocultural empobrecido, detectando y ayudando a solventar cualquier
limitación física o psíquica en la medida de sus posibilidades y controlar
aspectos que dificultan el aprendizaje. Se trata de incrementar la verdadera
inteligencia de sus alumnos, procurar que accedan al mayor número de
situaciones que conlleven percepciones significativas y disponer los medios
para que éstas, se realicen con independencia.