Al acumular un buen puñado de obras maestras a sus espaldas, siempre que Woody Allen estrena una película que no lo es, crítica y público coinciden en el mismo calificativo: "obra menor", como si el ser una obra menor del neoyorkino, que desde 1982 cuenta con la peculiaridad de estrenar un film por año, fuese poca cosa. Está claro que Magia a la luz de la luna (2014) no es una película redonda, ni mucho menos, pero lleva grabada a fuego la esencia, el alma de Woody Allen en cada uno de sus planos. Y conseguir dotar de personalidad y estilo propio cada uno de tus trabajos y, encima, sin esfuerzo aparente como es el caso de Allen, es una cualidad sólo al alcance de los más grandes. El mayor atractivo de Magia a la luz de la luna es su encanto, su capacidad de ser disfrutada con una sonrisa en la boca -y algún que otro bostezo, dado su irregular arranque y algún que otro tramo arrítmico- aunque, mal que le pese a los incondicionales del cineasta, se ve tan rápido como se olvida. La nueva película de Allen te garantiza hora y media de satisfacción, pero le falta potencial para perdurar en el recuerdo como sí lo hizo su anterior film, Blue Jasmine (2013) u otros grandes títulos como Match Point (2004).