Dos historias de mujeres que viven en paralelo gracias a un diario. Olive lo ha escrito a principios del siglo XIX, en un Manhattan donde sueña más de lo que la sociedad del momento permite a una mujer. No sólo quiere trabajar sino que aspira a ser encargada de unos grandes almacenes. En ese diario cuenta sus sueños, las trabas con las que se encuentra, las ajenas y las autoimpuestas.
Amanda ha encontrado -en el mismo entorno pero un siglo después- el diario en un baúl de ropa comprado a una anciana para engordar el género en su tienda vintage.Con su lectura aprende a admirar a Olive.
No es para menos, si comparamos su historia con la de la cándida muchacha que pretende hacerse un hueco en el mundo de las ventas. Amanda tiene problemas para mantener su economía y una estúpida y enfermiza dependencia de un hombre casado, que no le dará lo que ella necesita. Es un hecho previsible -desde el principio- que desluce mucho las vivencias de la protagonista “moderna”.
Hay mucho, demasiado desnivel entre las dos historias: en su contenido, en el interés que suscita y en su intensidad. Es el principal fallo que veo en la novela, que no deja de ser entretenido cuando describe los arreglos y la maña de Amanda con la ropa que reconvierte prendas del pasado en estupendas joyas.
Pero poco más. La batalla personal y profesional de Olive gana sin duda por goleada a la de Amanda, que aunque cree ser una mujer independiente y muy actual, se presenta mucho más remilgada, de lo que por lógica, le toca ser a Olive teniendo en cuenta la educación que ha recibido y los extractos sociales entre los que tiene que moverse.
Es una lectura ligera, sencilla pero poco atractiva. Más cuando se basa un recurso que por desgracia tiende a ser excesivamente utilizado en demasiados argumentos literarios. Me refiero al del diario, escrito, carta o similares que caen en manos ajenas y cautivan a el/la propietaria de éstas. Me cansan las tramas que arrancan de estos “descubrimientos”.