. El capitán que ha conseguido alejarse de
aquella imagen de progresista con la que tenía engañados a los madrileños y a
muchos de fuera, para convertirse en el adalid de la extrema derecha social,
con sus Leyes discriminatorias, que están configurando un país hecho a la
medida de los ricos y pudientes, y otro para el resto. Quién se lo iba a decir
a los carcas de la derecha, cuando Gallardón se acercaba peligrosamente a
postulados progresistas en aspectos como las drogas o la píldora del día
después. Aquel Albertito que quería ser el más progresista de Madrid, hasta que
comprendió que se estaba equivocando de bando y sus ideas le enemistaban con
los suyos, hasta tal punto, que decidió ajustarse la corbata y, con paso firme,
hacer una pirueta mortal, para convertirse en el gran prohombre de la
derecha/derechona de toda la vida. La derecha de Rouco Varela y sus misas por
la familia santa y cristiana, en donde a plena megafonía, con esa seguridad que
los meapilas tienen desde que se ven arropados por ministros de misa diaria,
alguien llega a decir que la mujer del siglo XXI debe estar sometida a la autoridad
del marido. ¡A freír espárragos todas las políticas de igualdad y contra la
violencia de género de los últimos años! Los maltratadores deben estar
fumándose un puro.
Esa derecha del obispo de
Castellón, Casimiro López, que sermonea sobre el matrimonio gay y su deriva
hacia la violencia, con hijos cargados de perturbaciones. A gusto se ha quedado
el señor obispo emulando al otro, que pació por estas tierras, Reig Pla. Quizá,
el ministro Gallardón se haya plegado a la “auctoritas” de los obispos, que como
todos ustedes saben son grandes expertos en temas de sexo y familia. Por eso,
hecha su conversión, como Saulo caído del caballo, al ver la luz cegadora de la
palabra de Dios, ha decido convertirse en Pablo, para predicar las bondades de
las Antiguas Escrituras y las Nuevas, en las que el orbe cristiano tenga un
equilibrio estable, para lo que tienen que existir los ricos y los pobres, y no
sólo en términos de riqueza material, también en sentido figurado. La Ley debe ser
una para todos, en donde queden bien definidos los privilegios de los de arriba
y los deberes de los de abajo.
Por eso, nuestro ínclito
Gallardón, antaño disfrazado de Saulo, se ha postrado a los designios del poder
natural, el de toda la vida, y desde que llegó al Gobierno de la mano de su
amigo Mariano, el Paciente, no ha cejado en su intento de colocar las cosas en
su sitio; lo que implica que antes estaban descolocadas y él equivocado,
dándole así una pincelada santurrona a su conversión. Y así, pasito a pasito,
como le gusta a su jefe, ha colado una Ley de acceso a la Justicia que es un
puente de plata para los que más tienen, y una barrera inaccesible para la
plebe (este es un término que quizá le guste mucho). Este “tasazo”, como
vulgarmente se conoce a su Ley de tasas judiciales, marca la visión del mundo
medieval que tiene el ministro, en un plano en el que los poderosos están en la
parte alta, al lado de Dios, y los humildes, enfrascados en un lucha penitente por
sobrevivir (ya lo dice la Biblia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”),
abajo, con pocas o nulas posibilidades de ascender al plano superior. Esta certeza
de organización social en nobleza, clero y campesinado, es la que le lleva a
impedir el acceso a la justicia a la mayoría de la población es decir a los
campesinos, por la única vía que se puede hacer en una democracia: imponiendo
tasas elevadas para que resulten impagables al común de los ciudadanos. O la
que le ha llevado a aprobar un Código Penal que se ha cargado de un plumazo el
principio de reinserción del preso vigente en nuestro sistema penitenciario.
Total, los de su casta no necesitan eso, tiene otros métodos más espurios para
salir de la cárcel o, simplemente, para no entrar en ella.
Pero la joya de la corona, la
que le ha reconciliado definitivamente con sus antiguos detractores y con la
Iglesia Católica Apostólica y Romana de Rouco Varela, es la Contrarreforma de
Ley del Aborto. En un país acostumbrado a las contrarreformas desde Carlos I, y
después de dos años de gobierno contrarreformista, firmemente dirigido por
Mariano, Manos Tijeras y su valida Yolanda, Mano de Hierro, que Gallardón se
ponga la careta de misógino y cargue contra las mujeres, no es un mérito del
ministro, todo hay que decirlo, a estas alturas de legislatura. Por eso ha
cargado con toda la artillería pesada, no derogando la Ley anterior de plazos y
derechos para las mujeres, no, él tenía que aparecer como Santiago Matamoros
ante la profunda caverna que trata de engullir este país, haciendo una Ley que
habrían aprobado las Cortes Franquistas.
Sin embargo, lo que asusta de la
Ley Gallardón en contra del aborto, no es la Ley en sí misma, pues toda Ley se
puede cambiar, sino el primitivismo que destila la derecha del país en relación
ella. No se cuestionan la pérdida de derechos de la mujer en un asunto que las
atañe a ellas fundamentalmente. Lo que les importa a los críticos de su bancada
es que no se recoja la malformación fetal. La mujer, no está invitada a este
debate, se da por hecho que ella tiene que aguantar lo que le digan. Pues en el
fondo rezuma el discurso de la mujer en casa con la pata quebrada, lo que nos
retrotrae a la misa de la familia de Rouco y el papel de la mujer sumisa ante
la autoridad del marido y como “parra fecunda”. Ese es el problema, seguir
viendo a la mujer como un ser sin derechos, incapaz de desenvolverse por sí
sola, y objeto reproductor sometida a la voluntad del varón (qué cerca están el
integrismo islámico y el integrismo cristiano). Por eso Gallardón no representa
un problema porque haya sacado de la chistera ultra esta Ley antiabortista. Al final,
él es el mensajero de un proyecto de sociedad esclava del poder, ya sea del
varón, del banquero o del obispo, y al igual que en el poema de Whitman, el
capitán acabará yaciendo en la cubierta frío y muerto.