Ese
inmenso vacío en que parecen flotar los planetas y las estrellas, ¿está
vacío realmente? En siglos anteriores se habló del éter que todo lo
llenaba. Hoy los científicos hablan de materia oscura. Los secretos del
universo, aunque cada vez más cercanos, siguen asombrándonos.
Es clásica en las novelas y en la
filmografía la tenebrosa imagen de un astronauta que, desconectado de su
nave, se pierde en línea recta hacia el confín estrellado, silente,
vacío y gélido de la bóveda celeste.
Cuando imaginamos el espacio estelar, lo
creemos conformado por estrellas luminosas que, a modo de diminutas y
lejanas partículas densas, están rodeadas de un fondo azulado, vacío y
oscuro. Pero ese inmenso vacío azulado en que parecen flotar los
planetas y las estrellas como imperturbables rocas viajeras, ¿es
realmente vacío?
La realidad es que ni los componentes de
los sistemas estelares son tan densos como parece ni a la materia sobre
la que flotan se le puede llamar realmente vacío.
A modo de ejemplo puede decirse que hay
planetas como Júpiter que son más bien como una gelatina gaseosa. Hay
también zonas en el espacio conformadas por inmensos vacíos, como el
«vacío de Bootes», hallado en 1981 en la constelación de Bootes (El
Pastor), cuya dimensión es de unos 275 millones de años luz (*). Nuestro
enigmático universo, aunque partió de una compacta y homogénea masa
casi puntual, se ha ido expandiendo y conformando de modo que es como un
gran queso de gruyer, como una esponja con materia hecha jirones, que
son las mismas galaxias, planas y alabeadas, y de grandes vacíos
intermedios. No obstante, con el paso del tiempo se demostró que el gran
vacío de Bootes estaba surcado, aunque mínimamente fuera, de algunas
diminutas galaxias.
En los albores de la ciencia que ahora
conocemos, desde el siglo XVII se creía que el espacio era «algo vacío»,
y que allí no había nada. Esta abstracción teórica ahorraba esfuerzos y
dificultades a la hora de explicar el fenómeno de la rotación de los
planetas. Pero la realidad era que los cuerpos celestes flotaban o
giraban inmersos en algún medio material.
Posteriormente, se pensó en un espacio no
totalmente vacío, sino conformado por el éter, y este fue considerado
como algo elástico que podía deformarse sin límite físico, e
incompresible, que podía por lo tanto ser sometido a presiones infinitas
sin destruirse. Las partículas del éter, si es que las poseía –pues
apenas se definía formalmente–, se suponían puntuales, con apenas
dimensión física, y aunque ello era cómodo para que los astrónomos y
cosmólogos pudieran simular el comportamiento del cosmos y calcular
velocidades y rotaciones de los planetas sin tener que calcular
rozamientos ni suponer efectos eléctricos y magnéticos que no eran bien
conocidos, esta simulación tan simple obligaba, en cambio, a creer en un
material no conocido por la física, y añadía la inseguridad de trabajar
con un material del que no se sabe bien ni su origen ni su
funcionamiento.
Cuando se demostró en los años veinte del
siglo pasado la teoría de que toda radiación, como por ejemplo la luz,
era a la vez onda y partícula, se pensó en la luz como algo que surca el
medio sin necesitar explicar qué medio era ese. El éter ya no hizo
falta para explicar nada y quedó relegado al olvido.
El cuarto estado de la materia:
Actualmente
sabemos que nuestro universo no es muy homogéneo, sino
indefectiblemente asimétrico, aparentemente incoherente y sin sentido
cuando se mira con ojos simples. Sabemos que se expande a gran velocidad
y ello nos hace plantearnos si generará con el tiempo grandes huecos,
zonas donde reine un vacío físico. Pero como la «nada» no es posible, no
puede existir algo totalmente vacío. Como tampoco creían que el
universo pueda expandirse eternamente, los científicos empezaron a
pensar en la posible existencia de una materia no visible por nuestros
medios actuales que, además de ocupar el espacio interestelar, por su
atracción gravitatoria frenara poco a poco la expansión de las galaxias y
llegaran en algún momento a frenarla del todo. A dicha materia, sin
embargo detectable por sus efectos gravitatorios, se le llamó materia
oscura, y apenas hemos hallado una mínima parte de la que debe existir
teóricamente en el universo.
Los últimos pasos científicos permitieron
descubrir en 1904 por el astrónomo alemán J.F. Hartmann, en el centro de
las lejanas galaxias, nubes de gas muy tenue, que se intensificaban en
los bordes de las mismas; finalmente, a partir de 1968, se hallaron en
el corazón de las galaxias moléculas de oxígeno, nitrógeno, de agua, de
amoníaco, de hidrocarbonos, etc., hallazgos que se han intensificado en
los últimos años. Pero una cadena de descubrimientos, partiendo ya desde
el americano William Wilson en 1951, llevó a encontrar unos átomos de
hidrógeno cargados eléctricamente.
Este especial descubrimiento confirmó que
el «vacío» está formado por pequeñas partículas de materia capaces de
conducir excelentemente la electricidad, que podemos considerar como un
tipo de materia especial, en el estado de plasma. Dicho estado, llamado
cuarto estado de la materia, más allá de los gases, consiste en
partículas muy disociadas, tal vez en el último estado posible de
división atómica, generalmente conformado por átomos de hidrógeno y
helio que han perdido sus electrones, a los que se llama entonces
«iones». Con muchas limitaciones y dificultades podemos reproducir este
estado calentando un gas a altísimas temperaturas similares a las de las
reacciones de fusión nuclear. Por lo tanto, los avances científicos
consideran un espacio no solo pleno de materia, aunque no la podamos
percibir, sino además surcado por corrientes energéticas.
Pero entonces, ¿es la materia oscura lo que siempre se llamó éter? ¿Es el plasma equivalente al antiguo éter?
El éter como se consideró antaño no pasó
de ser una abstracción teórica que había tomado su nombre del concepto
esotérico más profundo de la existencia de un «quinto elemento» o Éter,
que era un paso evolutivo más allá de los elementos actualmente
conocidos de Tierra, Agua, Aire y Fuego (**). Pero ello no invalida la
idea de que exista cierto grado de materia que inunda el aparente vacío.
En este sentido, el plasma supone un avance en la explicación física de
una sustancia imperceptible que llena lo que antes se consideró vacío, y
ello está de acuerdo con el pensamiento lógico de la filosofía de que
la «nada absoluta» como tal no puede existir.
Notas:
(*) año luz: medida de la distancia que
sería recorrida en un año por un rayo de luz, a la velocidad de 300.000
km/seg. Basta multiplicar la distancia de 300.000 km que se recorre en
un segundo por 60 para obtener un minuto luz, nuevamente por 60 para
obtener horas luz, etc. Un año luz equivale, por tanto, a 300.000 km x
60 x 60 x 24 x 365 = 9.460.800.000.000 km.
La constelación de Bootes se halla a unos
600 millones de años luz. Con la velocidad que pueden alcanzar
actualmente nuestras naves espaciales, que puede ser del orden de una
quinta parte de la velocidad de la luz, tardaríamos en llegar a ella
unos 3000 millones de años.
(**) Los
conceptos cotidianos de tierra, agua, aire y fuego no se corresponden
con los elementos que se llaman igual. En el conocimiento alquímico,
utilizando una analogía, puede explicarse que el elemento Tierra
correspondería al aspecto formal y físico del planeta Tierra, el Agua a
su aspecto energético, el Aire a su aspecto emocional, y el Fuego a su
característica mental. Cada elemento tendría su propia existencia, con
su manifestación propia y sus leyes. Así por ejemplo, el contacto con el
agua nos llena de energía, pues pertenece y es una ínfima parte del
elemento energético Agua.
Bibliografía consultada:
Física. Materia, átomos, energía. Vida y ciencia. Círculo de Lectores.
Introducción a la ciencia. Tomo I. Muy Interesante. Ediciones Orbis S.A. Isaac Asimov.
Viaje a la ciencia. Isaac Assimov. Ed. Tikal
1001 Cosas que todo el mundo debería saber sobre ciencia. Círculo de Lectores.
Artículo escrito por Raysan, publicado en septiembre de 2013 en la Revista Esfinge.