. Huntington inauguró el edificio
de la Hispanic Society of América en Nueva York, estaba haciendo realidad uno
de sus sueños de gran amante de la cultura española, en la que había buceado,
durante años, viajando por España, financiando excavaciones o comprando obras
de arte, ya fueran pinturas, libros, ornamentos, cerámicas, etc. Todo un
universo de la cultura española desde el siglo XV hasta el XX, que ha
convertido a la Hispanic Society en uno de los museos y centros de estudio más
interesantes y mejor dotados, dedicados al conocimiento de nuestro pasado
cultural. Obras de Goya, el Greco, Velázquez, Sorolla; ediciones facsímiles de
las dos partes de El Quijote, la primera de 1605 y la segunda de 1615, impresas
por Juan de la Cuesta, en su imprenta de la calle Atocha de Madrid; otra
edición de La Celestina de 1499; cerámicas de L’Alcora, y un largo etcétera,
que duerme el sueño de los justos, entre aquellas paredes que tanto aman
nuestra cultura, y que sin embargo no visita nadie. Ya relata, no sin cierta
amargura, Muñoz Molina en su imprescindible obra “Sefarad”, libro que cualquier
amante de la literatura no debería dejar de leer, cómo se sorprendió al visitar
la Hispanic Society y encontrarse un maravilloso escenario lleno de la mejor
cultura hispana, vacío, sin apenas nadie que hollara el silencio de sus salas;
que vulnerara la soledad de sus obras de arte, que estarán ansiosas por
mostrarse y ser reconocidas, para establecer ese diálogo íntimo que se produce
entre el visitante y la obra contemplada.
Podríamos entender que la
ubicación de la Hispanic Society sufre del mal del pánico escénico que turistas
y muchos neoyorquinos sienten de cruzar la calle 116 de Nueva York, límite que
marca la Universidad de Columbia, y adentrarse hacia las zonas altas de Harlem,
concretamente hasta la calle 155, en su huida hacia el norte. Un miedo inducido
por el capitalismo calculador, que trata de concentrar los pingües ingresos
turísticos de la ciudad en el centro y sur de Manhattan, negándole a los
barrios más populares participar en la tarta del turismo. Ciertamente, la sede
de la Hispanic Society está muy alejada de las zonas “seguras y amables”, de la
ciudad, según lo que nos ha hecho creer durante décadas. Pero si bien el
millonario Huntington se equivocó en su ubicación, creyendo que aquella zona de
la isla iba a ser una de las de mayor expansión urbanística, no es menos cierto
que, en la actualidad, sólo la dejadez institucional puede convertir un
espléndido museo en un lugar para la meditación solitaria. Incluso, cuando los
propietarios, como es este caso, sean una fundación privada.
Cabía preguntarse por qué las
instituciones culturales españolas se permiten el lujo de ignorar un espacio en
el que la promoción de la cultura histórica de nuestro país está tratada con
tanto cariño. ¿Cómo es posible que los sucesivos gobiernos de España hayan
mostrado un desprecio tal, que roza el abandono hacia un lugar de encuentro con
nuestra cultura, en una de las ciudades más carismáticas del planeta? ¿Dónde
está la tan cacareada “Marca España”, que permite que se ignore la existencia
de uno de las propuestas más interesantes de la cultura española de Nueva York?
Quizá habría que buscar las respuestas en el endémico desprecio de la sociedad
española hacia la cultura, que más allá de los grandes eventos y fastos
culturales, vive de espaldas a ella, como si fuera un plato de postre que se
aparta porque uno está ya harto de comer. Esa necedad que nos hace abrir la
puerta grande de nuestro interés, para rendirle pleitesía, a un artista sólo
cuando ha triunfado en el extranjero, es la misma que nos ha inoculado el virus
de la cultura gratis total, que tanto daño está haciendo.
El abandono que sufre la Hispanc
Society de Nueva York, por parte las instituciones culturales españolas y sus
dirigentes, es sólo una muestra de otros abandonos que la cultura española
viene sufriendo en los últimos tiempos. Es el abandono del cine a su suerte,
por la falta de ayudas, y no me estoy refiriendo sólo a las económicas, que ha
convertido en una aventura de alto riesgo la producción de una película, y
permitido que las salas de cine hayan desaparecido del centro de la mayoría de
las ciudades, transfiriendo la exhibición de películas a los grandes centros
comerciales, que sólo entienden el cine como un negocio rendido a las intereses
pecuniarios de las multinacionales de la producción cinematográfica. El
abandono de las nuevas iniciativas artísticas y culturales que están reduciendo
las vanguardias y las nuevas ideas a una mera transacción económica, sujetas a
las leyes del mercado. La ausencia de una política de promoción de la lectura,
como un vínculo colectivo entre las personas y las ideas; como una forma de
elevar el nivel cultural de la sociedad (resulta muy triste que en España,
según un informe publicado por la CEOE, el nivel de no compresión lectora
alcance al 60% de la población). No nos enteramos de lo que leemos porque nos
hemos instalado en el consumo fácil de la cultura, la que nos dan masticada en
los medios de comunicación audiovisuales. De ahí que se lea poco, y por tanto
la prensa escrita y los libros estén instalados en una profunda crisis, de la
que no se ve el final.´
La falta de promoción de la
cultura, que nos convierte en un país de analfabetos funcionales en pleno siglo
XXI, tiene mucho que ver con nuestra propia idiosincrasia como sociedad, que ha
vivido históricamente de espaldas a la misma, y con nuestra conversión en
consumidores de cultura gratis. Queremos conciertos gratis, museos gratis, cine
gratis, música gratis, libros gratis, descargas gratis y nivel cultural sin
esfuerzo. Mientras, las autoridades permanecen impasibles, viendo cómo la
cultura de este país se desangra. Quizá sea ese su último interés, convertirnos
en una sociedad de burros con orejeras, para que el pensamiento crítico que da
un buen nivel cultural, quede aplastado por nuestra ignorancia. Cómo pensar,
entonces, que les pueda interesar que la Hispanic Society, instalada en el
Harlem neoyorquino, deje de estar en el olvido y en el sueño de un hombre que
amó profundamente la cultura española. A ver si va a ser envidia, otro de
nuestros rasgos genéticos del que no hemos hablado.