En los
últimos cinco lustros, China dio inicio a una transformación nacional que la
llevó a convertirse en la segunda economía del mundo. En la década previa, nos
acostumbró a observarle tasas de crecimiento económico de dos dígitos, algo que
no abunda en el orbe y que muchas naciones desearíamos siquiera aspirar. En
materia económica, primero fue la buena nueva y, después la constante en los
inicios del Siglo XXI.
No
obstante, esta nación que está cerca de alcanzar los 400 millones de
habitantes, ha empezado a mostrar los signos de una resaca financiera que no
solo complica lo interno, sino que impacta en lo global. Para muestra, las
autoridades chinas esperan una expansión del producto de 7.5% para 2013, cifra
muy superior al resto de las economías que padecen la anemia del crecimiento
mundial, pero también sintomática si se le compara en perspectiva.
Sucede que
durante el acelerado crecimiento, en China se fue adquiriendo un alto nivel de
endeudamiento, mismo que hoy coloca a las empresas privadas con un pasivo que
ronda 1.24 veces el PIB nacional. Es la intensidad con que se manejó la
estrategia de expansión. Y por eso le decía lo de la resaca financiera, pues las
corporaciones ya están recurriendo a la emisión de pagarés, a efecto de poder
amortizar las obligaciones previas.
Otro
punto, es que la expansión económica se cimentó en un agresivo desarrollo de
infraestructura inmobiliaria, algo que generó derramas muy importantes durante
su realización, pero que ante el escenario actual de menor dinamismo, se
convierte en inversión que no produce y que termina por comprometer la liquidez
del mercado interno.
Debe
agregarse que durante los años de bonanza, se presentó un cambio muy natural,
pues las familias transitaron hacia una economía de consumo con patrones
similares a los de occidente. Ello, además de los respectivos niveles de endeudamiento,
también ha contribuido a una inflación que ya ronda el 6%, un dato que preocupa
bastante a las autoridades económicas del país.
Por
supuesto, la respuesta gubernamental no ha demorado. Las primeras medidas se
enfocan en la contracción del crédito; hipotecario y al consumo principalmente;
lo que esperan permita controlar la inflación y evitar una burbuja inmobiliaria
de mayores consecuencias. Lógicamente, esto implica elevar el costo del dinero,
lo que repercutirá en el sector bancario y complicará la crisis de liquidez
comentada, además de frenar el crecimiento económico de China.
En el
contexto global, debe destacarse que durante el ascenso previo, China se
convirtió en el principal comprador de múltiples países, algo que hoy impacta significativamente
en el orbe, pues se trata de naciones que ya no pueden colocar sus
exportaciones con el gigante asiático, quedando obligadas a reducir el tamaño
de sus economías, pues actualmente no abunda la demanda externa que les permita
sustituirlo.
Es parte del
dilema que este 2013 y el futuro inmediato, plantean para las economías
emergentes, pues si bien crecieron a un ritmo de tres o cuatro veces superior
al de los países desarrollados durante los últimos años, esto ha terminado por
cerrarse, con el agravante de que los llamados países de primer mundo tampoco
están creciendo, cancelando así la posibilidad de que las naciones subdesarrolladas,
pudieran ser remolcadas por ellos en un hipotético ascenso. Vaya, el motor de
muchos se está apagando, pero los motores de antaño siguen sin volver a
encender. Es el escenario actual.
¿Y
entonces? Bueno, precisamente, ese es el planteamiento que las autoridades
económicas y hacendarias se están haciendo hoy en día, México incluido. Son tiempos
de replantear, de revisar la planeación estratégica de cada quien; a nivel
nacional desde luego, pero de allí en cascada, a todos niveles, empresas y
familias; es imperante entender el campo de juego, moverse en la cancha con el
mapa adecuado.
Las
alternativas no son muchas, aunque sí lógicas: ante la debilidad exterior, sobrevivirá
el que logre hacer las cosas bien al interior, el más capaz para fortalecer y
dinamizar su mercado interno; asimismo, el que complemente ofreciendo el mejor
panorama posible para atraer inversión extranjera; quizá se trate de una
paradoja de la globalización, pero de momento la situación está en la economía interna
de cada quien.
México
parece poder hacerlo bien, pero la tarea necesaria está en curso, así que es
algo que veremos en los próximos meses. Al respecto, Christine Legarde,
Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, señala con claridad esta nueva
ruta: “El
desafío principal de las economías de mercados emergentes es lograr un
aterrizaje suave a corto plazo y asegurar un crecimiento sostenible a mediano
plazo…”
Por
fortuna, el debilitamiento de China no ha golpeado fuertemente a México, al
contrario, parece ser otro astro que se acomoda bien para el llamado momento
mexicano. En los ajustes que realiza, China está obligada a continuar migrando su
esquema de exportaciones; de las manufacturas básicas que la caracterizaron en
la década pasada, hacia los bienes intermedios; algo que se integra muy bien,
en el patrón de las cadenas productivas mexicanas.
China
está lejos de desaparecer como actor importante de la economía global, pues
aunque su tasa de crecimiento no es la de antes, sigue siendo fuerte para impulsar
los ajustes y probable resurgimiento. Los analistas se dividen, pero creo su
tamaño le permitirá recuperar protagonismo.
En
tanto, México se gresca en la estridencia de su momento, un cúmulo de debates
que contienen argumentos validos; desinformación mal encauzada y; sobre todo, gran
cantidad de intolerancia, violencia y cerrazón. Ojalá que venzan los primeros, porque
el contexto pinta oportunidades interesantes, y bueno, sería agradable ver a México
mejor, en su potencial pues.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos
una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado, le corresponde a
usted.
COLUMNA VALOR AGREGADO - Comentarios en Twitter: @oscar_ahp