. Está dividida en cuatro capítulos, una
introducción y una conclusión. Como el mismo Papa Francisco lo explica al
inicio, ella se suma a las encíclicas del Papa Benedicto XVI sobre la caridad y
la esperanza y asume el "valioso trabajo" realizado por el Papa
emérito, que ya había "prácticamente completado" la encíclica sobre
la fe. A este "primera redacción" el Santo Padre Francisco agrega
ahora "algunas aportaciones".La encíclica se escribe en el
contexto del Año de la Fe, a 50 años del Concilio Vaticano II, el cual fue un
"Concilio sobre la Fe"; un concilio pastoral, para animar la fe de
los creyentes.
¿Cuál es el objetivo de la
encíclica Lumen Fidei (LF)? Aborda cuatro aspectos íntimamente relacionados
entre sí. La fe como don, que se va desarrollando y gestando en una historia
sagrada, historia de la antigua y perenne alianza; fe asumida responsable y
convincentemente, en la búsqueda de la verdad, a la que podemos acceder y nos
abrimos todos; fe que se compromete, que crece en la medida en que se regala;
fe, por último, que se plasma en la vida y contingencia. La fe no puede ser tal
si no es cultivada en la comunidad, transmitida y compartida, y si no cambia
positivamente el entorno.
Si bien se divide en cuatro
capítulos, la encíclica tiene un doble objetivo. Primero, “recuperar el
carácter de luz propio de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del
hombre, de ayudarlo a distinguir el bien del mal”, sobre todo en una época como
la moderna, en la que el creer se opone al buscar y la fe es vista como una
ilusión, un salto al vacío que impide la libertad del hombre. En segundo lugar,
la encíclica quiere reavivar la percepción de la amplitud de los horizontes que
la fe abre para confesarla en la unidad y la integridad.La fe, de hecho, no es
un presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que debe ser
alimentado y fortalecido. "Quien cree ve", escribe el Papa, porque la
luz de la fe viene de Dios y es capaz de iluminar toda la existencia del
hombre: procede del pasado, de la memoria de la vida de Jesús, pero también
viene del futuro porque nos abre vastos horizontes.Hemos
creído en el amor (1 Jn 4, 16)La encíclica dedica su primer
capítulo a una revisión del proceso de fe como nos lo relatan las SE, la
historia del pueblo elegido. Es el pueblo que escucha a su Dios, que se abre a
su voluntad. La fe es el resultado de una “escucha" de la Palabra de Dios,
una "llamada" a salir del aislamiento del propio yo, para abrirse a
una nueva vida y "promesa" del futuro, que hace posible la
continuidad de nuestro camino en el tiempo.El Dios que nos llama no es un Dios
extraño. Es un Dios que se revela como padre en una historia concreta: la
historia del pueblo de Israel. En ese Dios y no en otro descansa la fe. Es fuente
de bondad, quien es el origen de todo y sostiene todo. En la historia de
Israel, lo contrario de la fe es la idolatría, que dispersa al hombre en la
multiplicidad de sus deseos y lo "desintegra en los múltiples instantes de
su historia", negándole la espera del tiempo de la promesa. Por el
contrario, la fe es confiarse al amor misericordioso de Dios, que siempre acoge
y perdona, que endereza "lo torcido de nuestra historia", es
disponibilidad a dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios
"es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y
confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los
hombres, la historia de la salvación." (n. 14) Y aquí está la
"paradoja" de la fe: ella no es un adosado externo, extraño, sino que
responde a lo esencial del hombre que es esencialmente religioso. Por ello, requiere
de un referente externo a él. La fe libera de la esclavitud de los ídolos,
hacia quienes tendemos buscando en ellos la plenitud que solo se regala en el
Dios que acompaña la historia del pueblo elegido y será definitiva en Cristo.Hecho este camino, la LF se
detiene luego en la figura de Jesús, el mediador que nos abre a una verdad más
grande que nosotros: “precisamente en la contemplación de la muerte de Jesús la
fe se refuerza”. Él revela su inquebrantable amor por el hombre. También en
cuanto resucitado Cristo es "testigo fiable", "digno de fe”, a
través del cual Dios actúa realmente en la historia y determina el destino
final.Aquí la encíclica invita a los
creyentes a mirar la realidad con los ojos de Jesús: "La participación en
su modo de ver". La fe, en efecto, no sólo mira a Jesús, sino que también
ve desde el punto de vista de Jesús. Usando una analogía, el Papa explica que,
como en la vida diaria, confiamos en "la gente que sabe las cosas mejor
que nosotros" - el arquitecto, el farmacéutico, el abogado - también en la
fe necesitamos a alguien que sea fiable y experto en "las cosas de
Dios" y Jesús es "aquel que nos explica a Dios. “Por esta razón,
creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo
acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él”. Su encarnación, de hecho,
hace que la fe no nos separe de la realidad, sino que nos permite captar su
significado más profundo.La fe viene de Dios y abre a su
realidad. Esto es la acción propia del Espíritu Santo: “El cristiano puede
tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le
hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu”(n.21).Fuera de la presencia del
Espíritu, es imposible confesar al Señor. Por lo tanto, “la existencia creyente
se convierte en existencia eclesial”, porque la fe se confiesa dentro del
cuerpo de la Iglesia, como “comunión real de los creyentes”. Los cristianos son
"uno" sin perder su individualidad y en el servicio a los demás cada
uno gana su propio ser. Por eso, "la fe no es algo privado, una concepción
individualista, una opinión subjetiva", sino que nace de la escucha y está
destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio. La fe solo puede darse en
comunidad, en la comunidad de la Iglesia. Otra cosa es fetichismo, idolatría,
pierde objetividad y centro.Si
no creéis, no comprenderéis (Is 07, 09)En un segundo punto, la encíclica
se detiene en la relación estrecha entre fe y verdad. Se demuestra la estrecha
relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios, su presencia fiel en la
historia. “La fe, sin verdad, no salva - escribe el Papa – Se queda en una
bella fábula, la proyección de nuestros deseos de felicidad”. Y hoy, debido a “la
crisis de verdad en que nos encontramos”, es más necesario que nunca subrayar
esta conexión. Hoy se mira con recelo la "verdad grande, la verdad que
explica la vida personal y social en su conjunto", porque se la asocia
erróneamente a las verdades exigidas por los regímenes totalitarios del siglo
XX. Esto, sin embargo, implica el "gran olvido en nuestro mundo
contemporáneo", que - en beneficio del relativismo y temiendo el fanatismo
- olvida la pregunta sobre la verdad, sobre el origen de todo, la pregunta
sobre Dios.La LF subraya el vínculo entre fe
y amor, entendido no como "un sentimiento que va y viene", sino como
el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da nuevos ojos para
ver la realidad: "Amor y verdad no se pueden separar", porque sólo el
verdadero amor resiste la prueba del tiempo y se convierte en fuente de conocimiento.
Y puesto que el conocimiento de la fe nace del amor fiel de Dios, "verdad
y fidelidad van juntos". La verdad que nos abre la fe es una verdad
centrada en el encuentro con el Cristo encarnado, que, viniendo entre nosotros,
nos ha tocado y nos ha dado su gracia, transformando nuestros corazones.Aquí el Papa abre una amplia reflexión sobre el "diálogo entre fe y
razón", sobre la verdad en el mundo de hoy, donde a menudo viene reducida
a la "autenticidad subjetiva", porque la verdad común da miedo, se
identifica con la imposición intransigente de los totalitarismos. En cambio, si
la verdad es la del amor de Dios, entonces no se impone con la violencia, no
aplasta al individuo. Por esta razón, la fe no es intransigente, el creyente no
es arrogante. Por el contrario, la verdad vuelve humildes y conduce a la
convivencia y el respeto del otro. De ello se desprende que la fe lleva al
diálogo en todos los ámbitos: en el campo de la ciencia, ya que despierta el
sentido crítico y amplía los horizontes de la razón, invitándonos a mirar con
asombro la Creación; en el encuentro interreligioso, en el que el cristianismo
ofrece su contribución; en el diálogo con los no creyentes que no dejan de
buscar. Aquí el Papa subraya la esencial bondad de todo ser humano: "Quién
se pone en camino para practicar el bien, se acerca a Dios".Transmito
lo que he recibido (1 Co 15, 03).El tercer capítulo trata de la
consecuencia lógica de una vida centrada en lo que se cree: compartir aquello
que se tiene por bueno y que alimenta la vida. Todo el capítulo se centra en la
importancia de la evangelización: quien se ha abierto al amor de Dios, no puede
retener este regalo para sí mismo, escribe el Papa: La luz de Jesús resplandece
sobre el rostro de los cristianos y así se difunde, se transmite bajo la forma
del contacto, como una llama que pasa de generación en generación, a través de
la cadena ininterrumpida de testigos de la fe. Esto comporta el vínculo entre
fe y memoria, porque el amor de Dios mantiene unidos todos los tiempos y nos
hace contemporáneos a Jesús. Por otra parte, se hace "imposible creer cada
uno por su cuenta", porque la fe no es "una opción individual",
sino que abre el yo al "nosotros" y se da siempre "dentro de la
comunión de la Iglesia". Por esta razón, "quien cree nunca está
solo": porque descubre que los espacios de su "yo" se amplían y
generan nuevas relaciones que enriquecen la vida.Hay, dos medios privilegiados
para transmitir la fe: los Sacramentos y dentro de ellos más concretamente la
Eucaristía. En ellos se comunica "una memoria encarnada. El Bautismo –
tanto de niños como de adultos, en la forma del catecumenado - nos recuerda que
la fe no es obra del individuo aislado, un acto que se puede cumplir solo, sino
que debe ser recibida, en comunión eclesial. "Nadie se bautiza a sí
mismo", dice la Lumen Fidei. Además, como el niño que tiene que ser
bautizado no puede profesar la fe él solo, sino que debe ser apoyado por los
padres y por los padrinos, se sigue "la importancia de la sinergia entre
la Iglesia y la familia en la transmisión de la fe." Luego está la Eucaristía,
"precioso alimento para la fe", "acto de memoria, actualización
del misterio" y que "conduce del mundo visible al invisible,"
enseñándonos a ver la profundidad de lo real.El Papa recuerda luego la
confesión de la fe, el Credo, en el que el creyente no sólo confiesa la fe,
sino que se ve implicado en la verdad que confiesa; la oración, el Padre
Nuestro, con el que el cristiano comienza a ver con los ojos de Cristo; el
Decálogo, entendido no como "un conjunto de preceptos negativos",
sino como "un conjunto de indicaciones concretas" para entrar en
diálogo con Dios, "dejándose abrazar por su misericordia",
"camino de la gratitud" hacia la plenitud de la comunión con Dios. Por último, el Papa subraya que
la fe es una porque uno es "el Dios conocido y confesado", porque se
dirige al único Señor, que nos da la "unidad de visión" y "es
compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo
Espíritu". Dado, pues, que la fe es una sola, entonces tiene que ser
confesada en toda su pureza e integridad, "la unidad de la fe es la unidad
de la Iglesia"; quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad de la
comunión. Además, ya que la unidad de la fe es la de un organismo vivo, puede
asimilar en sí todo lo que encuentra, demostrando ser universal, católica,
capaz de iluminar y llevar a su mejor expresión todo el cosmos y toda la
historia. Esta unidad está garantizada por la sucesión apostólica.Dios
prepara una ciudad para ellos (Hb 11, 16)
La fe confesada debe ser
consecuente y convincente a través de una vida que se ha dejado transformar por
ella. De ahí que el Papa le dedique el cuarto capítulo a explicar la relación
entre la fe y el bien común, la fe y el espíritu solidario, lo que conduce a la
formación de un lugar donde el hombre puede vivir junto con los demás. La fe,
que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone
al servicio concreto de la justicia, el derecho y la paz. La fe no nos aleja del
mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre. Por el contrario, sin el
amor fiable de Dios, la unidad entre todos los hombres estaría basada
únicamente en la utilidad, el interés o el miedo. La fe, en cambio, capta el
fundamento último de las relaciones humanas, su destino definitivo en Dios, y
las pone al servicio del bien común. La fe "es un bien para todos, un bien
común", no sirve únicamente para construir el más allá, sino que ayuda a
edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza.Últimas
reflexionesLa encíclica dedica una última
reflexión a los ámbitos iluminados por la fe. Son cuatro: la familia, los
jóvenes, las relaciones sociales y la naturaleza.En relación a la familia, ella
está fundada en el matrimonio, entendido como unión estable de un hombre y una
mujer. Nace del reconocimiento y de la aceptación de la bondad de la
diferenciación sexual y, fundada sobre el amor en Cristo, promete "un amor
para siempre" y reconoce el amor creador que lleva a generar hijos.Luego los jóvenes: aquí el Papa
cita las Jornadas Mundiales de la Juventud, en las que los jóvenes muestran
"la alegría de la fe" y el compromiso de vivirla de un modo firme y
generoso. "Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo
da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para personas
pusilánimes, sino que ensancha la vida" dice el Papa.Y en todas las relaciones
sociales: haciéndonos hijos de Dios, de hecho, la fe da un nuevo significado a
la fraternidad universal entre los hombres, que no es mera igualdad, sino la
experiencia de la paternidad de Dios, comprensión de la dignidad única de la
persona singular.La naturaleza: la fe nos ayuda a
respetarla, a "buscar modelos de desarrollo que no se basen únicamente en
la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don";
nos enseña a encontrar las formas justas de gobierno, en las que la autoridad
viene de Dios y está al servicio del bien común; nos ofrece la posibilidad del
perdón que lleva a superar conflictos. "Cuando la fe se apaga, se corre el
riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella", escribe
el Papa.La confesión pública de la fe no
debe avergonzar. Es más. Es un servicio a la sociedad en su conjunto, ya que le
recuerda al hombre secular que tiene un referente que está más allá de la
contingencia, que nos unen lazos más estrechos que los económicos o políticos.Otro ámbito iluminado por la fe
es el del sufrimiento y la muerte: el cristiano sabe que el sufrimiento no
puede ser eliminado, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto
de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona, y ser
así "etapa de crecimiento en la fe y el amor". Al hombre que sufre,
Dios no le da un racionamiento que explique todo, sino que le responde con una
presencia que acompaña, que abre un resquicio de luz en la oscuridad. En este
sentido, la fe está unida a la esperanza: "No nos dejemos robar la
esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas
inmediatas que obstruyen el camino."Bienaventurada
la que ha creído (Lc 1, 45)Como término de la encíclica
Lumen Fidei, el Papa Francisco nos invita a mirar a María, "icono
perfecto" de la fe, porque, como Madre de Jesús, ha concebido "fe y alegría."
A Ella se alza la oración del Papa para que ayude la fe del hombre, nos
recuerde que aquellos que creen nunca están solos, y nos enseñe a mirar con los
ojos de Jesús.
“¡Madre, ayuda nuestra fe!Abre nuestro oído a la Palabra,
para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa. Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.Ayúdanos a fiarnos plenamente de
él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz,
cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar. Siembra en nuestra fe la alegría
del Resucitado.Recuérdanos que quien cree no
está nunca solo.Enséñanos a mirar con los ojos de
Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.Y que esta luz de la fe crezca
continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo
Cristo, tu Hijo, nuestro Señor” (LF 60)P.Hugo
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